EL NIÑO QUE TODOS LLEVAMOS DENTRO.
Ana Adarve. Psicóloga.
Si tuviéramos que describir lo que es nuestro niño interior, podríamos hacerlo diciendo que es la creatividad, la espontaneidad, la risa floja, el llanto sin medida, hacer muecas tontas porque sí, el desperezo al levantarse, el contacto físico, la amistad desinteresada, el compartir por el simple placer de hacerlo, la inocencia, la alegría de vivir, y en definitiva, todas esas cosas que nos enseñan que a determinada edad debemos controlar o dejar de hacer. Pero nuestro niño interior no desaparece en la vida adulta, simplemente está olvidado, reprimido, oculto, triste, por eso hay muchas personas que viven con un semblante gris.
Cuando reprimimos los impulsos de nuestro niño interno, nuestro ser adulto se convierte a veces en alguien frío, distante o que constantemente se queja de todo lo que le pasa. Las heridas emocionales que sufrimos cuando éramos críos también pueden seguir ocultas, latentes en ese niño, y estas salen a la superficie muchas veces en forma de creencias, comportamientos, miedos y limitaciones de todo tipo.
El trabajo con nuestro niño interior es un ejercicio de reflexión, en el que visualizamos nuestra vida, nos preguntamos en qué punto nos encontramos y como hemos llegado hasta aquí, que vivencias han determinado nuestro posicionamiento en la actualidad, en el "aquí y ahora", que heridas del pasado siguen abiertas, sin sanar debido a estímulos o a algo demasiado intenso como para poder ser manejado y que nos impide estar en paz con nosotros mismos. El afrontamiento es el método para superarlo.
Por otra parte, la expresión corporal y facial son herramientas muy útiles para contactar con ese niño divertido y espontáneo olvidado. A través de ellas tratamos de liberarlo de los condicionamientos que impone la adultez. Damos rienda suelta a posturas, gestos, sensaciones y emociones que apenas si recordábamos, produciéndonos bienestar físico y psicológico.